sábado, 16 de julio de 2011

OXARRA de Jorge Ariel Madrazo



Para la Poeta Miriam Cairo, mamá de la idea.

       El maratonista Oxarra Echenagocía (vasco ¿hace falta decirlo?) atesoraba un par de cualidades que lo elevaban muy por encima de sus competidores: ante todo, una indoblegable voluntad de triunfo; y junto a ello, una enorme y cristiana piedad por sus rivales; a quienes, casi, habría que designar como víctimas. Así era Oxarra de invencible.

         Y bien: la víspera de aquel tórrido día de 1991 cuando se largó la Maratón Éuskera Unida de los 10.000 kilómetros, Oxarra supo que entre el público de aquel evento sin par estaría ella, su amada Andrezuna. Oh, sí, allí estaba ella, arrebolada, ondeando un pañuelito en signo de amor. Oxarra marchó con paso de gamo y de gato al mismo tiempo; iba dejando atrás y jadeantes a sus enemigos, ya devoraba los kilómetros, ya se acercaba a la meta, pero… oyó, le juro, la voz de Cristo: “Sé piadoso, Oxarra mío, esos infelices merecen su oportunidad…”. Oxarra aminoró el tranco, se dejó pasar por casi todos. Mas enseguida su espíritu bravío volvió por sus fueros: Oxarra recupera el terreno perdido, el triunfo está al alcance de su vista. Pero, otra vez Cristo: “No eres gentil, mi siervo Oxarra, ¿siempre queriendo ganar?”. Así, una vez y otra vez, Oxarra a punto de ser el primero y a punto de ser el último… Para no hacerla lunga: hoy, dos décadas más tarde, Oxarra sigue sin poder coronarse campeón. Aunque corre solo: todos los demás han ido enfermándose o desfalleciendo. O murieron de viejos. Y él, adelantándose y retrocediendo siempre. Para no ser impiadoso con él mismo.

martes, 10 de mayo de 2011

LAS MUJERES DE HAZERSWOUDE ( Primera parte)

I.  EL  MAIL
      “Me llamo Ellen:  me gano la vida retratando y no estoy loca. He hecho miles de fotografías a lo largo de mi carrera pero les aseguro que las imágenes  de las que hoy les hablo quedaron prendidas en mi retina y mi memoria para siempre. Es una imagen, son tres imágenes, es una imagen: son la historia de una mujer, desconocida entonces, que apareció en mi objetivo inesperadamente en unos de mis innumerables paseos por los canales de Hazerswoude durante el crudo  invierno de 2006”

       Recibo este texto entrecomillado en el cuerpo de un mail junto con  el archivo adjunto de una imagen. La remitente, Ellen Kooi: una conocida fotógrafa holandesa sobre la que había publicado algún artículo en el diario para el que trabajo. Según ella,  yo había sido el único crítico capaz de captar el alma de esa imagen, adjuntaba su móvil y me solicitaba que me pusiese en contacto lo más pronto posible, necesitaba hablar conmigo. Se encontraba estos días en Barcelona y no quería dejar pasar la oportunidad de hacerlo: yo tampoco.  El motivo quedaba en el aire, el misterio también.
       Reconocí la fotografía al instante, formaba parte de una colección ambientada en los paisajes de canales holandeses que la artista había  expuesto hace ya unos años en Barcelona, y sobre la que versaba el artículo al que se refería su autora. Volví a mirarla, la resolución era alta  y eso me permitió ver detalles que había olvidado.

                                   Hazerswoude- Tsjechov, 2006  (Ellen Kooi)


Es cierto que en su momento me impactó el rostro de esa mujer en primer plano: el contraste entre la calidez de su mirada directa y limpia y su pelo encendido iluminando la estancia,  con la frialdad de la negrura del canal  rodeado de nieve. Recuerdo también haber pasado largo tiempo intentando descifrar  el mensaje de esa imagen, esclarecer si las otras dos mujeres eran o no la misma mujer.  La razón no podía explicar todo lo que veía, mi intuición, sin embargo,  sí me llevaba a entender que allí se había plasmado todo un mundo interior femenino, lleno de anhelos, sueños, deseos, olvidos, esperas, soledades.  Así lo había expresado en mi artículo: me parecía una obra inacabada. Y el agua, presente siempre en su obra.
      - El tiempo es agua – refería la autora en una entrevista concedida al diario El País en aquella época- siempre regresamos al agua.
      Sentía que sólo la persona que tomó la instantánea tendría las claves de su mensaje: de esas mujeres, de esa mujer, de esos momentos. Ahora tendría la oportunidad de averiguarlo.
      Unos meses después de mi entrevista con ella publiqué este relato a petición suya  y tras exponerme las dificultades que había tenido en sus intentos de realizarlo ella misma.


II.  LAS  MUJERES  DE HAZERSWOUDE


        La fotógrafa Ellen Kooi, embarcada en su nuevo proyecto,  viaja con el objetivo de conseguir un buen reportaje gráfico que capte la vida de las gentes  al borde de los muchos canales de Hazerswoude. El escenario no podía ser mejor:  la belleza de ese lugar,  al que siempre se prometió regresar, y la luz recién estrenada de una  mañana fría y gris de invierno. El de 2006 está siendo un invierno duro y los  restos de la nevada de la noche anterior se acumulan en los bordes de la carretera.
         Ellen conduce con precaución en dirección a la zona elegida previamente cuando, allá abajo, al borde del canal, una casa  llama su atención: la sencillez de sus formas, su transparencia, su discreción, su luz. Se acerca, aparca a una distancia prudencial y, procurando no ser vista,  se adentra a pie  con su cámara.
      Es su estrategia, la fotógrafa busca retratar  personas interactuando con el paisaje de manera espontánea: no deben percatarse de su presencia. Si el trabajo finalmente prospera, visita a sus protagonistas y les solicita permiso para publicarlo. No suelen negarse, su fama la precede y las fotografías son excelentes.
          La casa tiene grandes cristaleras que dan al canal y se mimetizan con sus aguas heladas. No es fácil distinguir donde empiezan unas y acaban las  otras. La luz, el  agua, la arboleda, la nieve y el cielo gris se reflejan en las paredes transparentes del edificio como si formaran parte de él.
          Decide acercarse un poco  pero antes protege su cámara:  no es la primera vez que ambas acaban dando de bruces contra el suelo buscando un plano maravilloso que la inmortalizaría e inutilizando alguno de sus carísimos aparatos.
          No puede avanzar más, el desnivel es peligroso así que se instala, coloca el objetivo y enfoca para obtener  un plano que capte parte de la casa y del canal: es entonces cuando ve a  Sofie Drescher  por primera vez.
           La sorpresa ante la  mirada obstinada de esa mujer  clavada en el objetivo la desconcierta de tal modo que, asustada,  se retira bruscamente hacia detrás, disparándosele accidentalmente la cámara.  La estaba mirando directamente a ella y su media sonrisa parecía confirmar que había descubierto sus intenciones,  lo cual parecía del todo imposible dada la gran distancia a la que se encontraba de la casa y la frondosidad del lugar en el que se había agazapado. Quizás lo más correcto hubiese sido acercarse  a dar las explicaciones pertinentes y pedir dispculpas por la intromisión en la intimidad de su hogar pero el sobresalto aún no la había abandonado y prefirió marcharse de allí rápidamente: necesitaba alejarse y pensar en lo sucedido ya que no era capaz de entender la mezcla de atracción y miedo que acababa de experimentar en tan pocos  segundos ante esa presencia inesperada.
         Habían pasado dos semanas desde aquel día y Ellen no lograba apartar a aquella   mujer de su pensamiento. Apenas había tenido tiempo de percibir su aspecto físico aunque, la gran observadora que era,  ya la  había  registrado como una  especie de Gioconda pelirroja vestida de verde brillando entre los colores apagados y neutros del entorno.
         En los días que siguieron al precipitado encuentro, había seguido realizando trabajos en la zona pero siempre evitó acercarse a la casa de cristal, como  la denominaba cada vez que rememoraba la anécdota con alguno de sus viejos conocidos de profesión: ellos insistían en que se había obsesionado con la pelirroja del vestido verde y que debía volver para esclarecerlo todo, presentarse y tomar unas fotos que, con toda seguridad,  serían excelentes puesto que el interés y el misterio estaban servidos y la mirada de su cámara, la suya propia,  ya estaba condicionada a captar algo muy especial.
        Hoy es el gran día: Ellen se dispone a visualizar  los  trabajos de las últimas semanas. No suele hacerlo hasta dar por finalizado el reportaje,  otra estrategia habitual en la artista para evitar  condicionar sus tomas posteriores y que hasta ahora le había dado muy buenos resultados. Consistía en evitar que las imágenes tomadas un día interactúasen  sobre las del siguiente.
        La primera que carga su editor la paraliza: es ella, la chica del vestido verde,  y la mira como aquel día. No recordaba haber tomado esa foto, es más,  estaba segura de no haberlo hecho. La misma mirada de complicidad, como si estuviera esperando encontrarse con la suya. Sentada, con los brazos relajados en el regazo, encendiendo la estancia con su pelo y con esa media sonrisa de boca grande y labios gruesos, distendidos. Necesita hacer un zoom sobre el verde de sus ojos para constatar que no son  un reflejo brillante del color de  su vestido.  No lo es. Si ella tuviera esos ojos también hubiese elegido ese color para sus ropas. Ellen tiene  la misma sensación de sobresalto, de haber sido descubierta. 
         En la fotografía no está sola, aunque no recuerda que hubiese nadie más ese día, todo fue tan rápido. Aparecen otras dos mujeres de aspecto y atuendo muy parecidos: las tres visten el mismo color, las tres evitan recoger y cepillar sus largas melenas rojizas.
         En segundo plano, de pie, los hombros al descubierto, otra mujer pega sus manos y su mirada  al ventanal buscando el cielo.  No puede evitar compararla con mi Gioconda,   su actitud es menos relajada:  nota en su postura la tensión del anhelo, del deseo, de un sueño, de una espera. Cierta melancolía.  Fuera, junto al canal a través del cristal puede verse otra mujer un poco más abrigada, los pies hundidos en la nieve, abrazándose a sí misma, encogida, no sabe si de frío, de tristeza o de ambas cosas. La tensión emocional crece a medida que los planos se alejan  y las figuras femeninas disminuyen en  tamaño al tiempo que aumenta su desasosiego.  La relación que pueda haber entre estas tres  mujeres intriga a la fotográfa, que ya en ese momento decide que se presentará en la casa cualquier día para excusarse y saber algo más de ellas.
        Hay  aguas por todas partes:   las negras  del canal, las níveas y sólidas del suelo, las condensadas en el cielo a punto de romper en lluvia clara y tranparente. Pero la que más llama su atención es la que guardan en el interior de la casa en esos  dos recipientes de cristal: está limpia, está quieta.  Nada tiene mucho sentido.  Hay cierta incoherencia en todo lo que  ve. No hay muebles en la estancia excepto el sillón tapizado en blanco en el que reposa,  esperándola,  su Mona Lisa-  ya le resulta familiar. El suelo rojizo acoge piedras  y broza como ocurre en esas casas abandonadas en las que la naturaleza penetra sin saber cómo  a pesar de tener todos sus orificios cerrados, ese abandono que contrasta con el largo radiador del fondo de estilo muy actual.
         Son las ocho de la mañana, aplica ciertos retoques a la imagen que le dan un ambiente casi onírico,  muy a su estilo,  guarda, apaga el ordenador,  se pone el abrigo, las botas de caminar, coge su cámara y  las llaves:  se va.



III.  SOPHIE  DRESCHER

miércoles, 4 de mayo de 2011

PESQUISAS

                             

       La elección de esta fotografía como  fuente de inspiración para la tarea encomendada por Irene- descripción de un personaje- me llevó a investigar su procedencia. 
Pensaréis, al igual que yo,  que no es para nada una necesidad saber de una imagen para describirla,  pero,  en este caso,  sí lo fue para mí y os explico por qué. Tuve claro desde el primer momento que esa era la imagen que quería describir, pues las otras dos no me motivaban demasiado. Sin embargo, el bloqueo expresivo que se sucedió a continuación me sorprendió: no podía entender como una imagen que me transmitía tantas cosas podía al mismo tiempo paralizarme de ese modo.
Esa situación se alargó quince días durante los cuales las chicas de verde me acompañaban a todas partes – incluso en la pantalla de mi móvil,  lo cual me sirvió para recoger las impresiones de algunas personas próximas- pero una vez  finalizada la tarea, comprendí la razón que, desde mi punto de vista, la produjo: un exceso de información visual,  sensorial, emocional, narrativa, pictórica,... 
Algo me decía que no podía conformarme con describir al personaje central físicamente e intuir algún aspecto de su personalidad o de su estado.
Tenía que empezar por algún sitio, el plazo se acababa y debía surgir algo con cara y ojos, así que decidí documentarme, al fin y al cabo es un buen recurso para el escritor.
Mis pesquisas, que  comenzaron con  la introducción en Google del título de la imagen, único dato disponible, dieron como resultado un relato en el que la protagonista era la propia autora: ¡Imaginaos: tuve que ponerme en contacto con ella para solicitar su autorización!
La autora es una fotógrafa holandesa cuyo método de trabajo es planificar minuciosamente la escena con todo tipo de detalles, para lo que incluso se deja asesorar por directores de cine; desde su mesa de trabajo aboceta lo que más tarde será la fotografía en sí: modelos, escenario, colores, objetos, planos, hora del día, meteorología, etc. Después, realiza la foto el día adecuado, en la época del año adecuada, con la luz adecuada... Comprenderéis ahora el por qué de mi "atasco" descriptivo: había toda una historia en esa foto, su autora se había ocupado de que así fuera.
Ellen Kooi suele,  de nuevo en su mesa de trabajo,  retocar digitalmente sus fotografías con lo que consigue un aire onírico, cierta magia transgresora de la realidad.
Despejar el significado del  título de la fotografía seguramente me aportaría mucha información y de nuevo Google: “Hazerswoude-Tsjechov” es un lugar de Holanda y los canales holandeses están muy presentes en la obra de la artista. Para ella el agua  simboliza el paso del tiempo – debe ser algo así como lo de  Manrique  “nuestras vidas son los ríos…”-
Finalmente comprendí que necesitaba recrear mentalmente una historia,  con las  mujeres de la foto como protagonistas, para poder describirlas del modo que realmente me apetecía hacerlo: del exterior al interior de los personajes, pasando por su vida.
Y un buen día apareció la estructura del relato: un mail misterioso, una cita, una petición de ayuda, una historia y de esa forma nació “Las mujeres de Hazerswoude”:
Una periodista barcelonesa recibe un mail de la conocida  fotógrafa holandesa Ellen Kooi  en la que le pide una cita con cierta urgencia para hablar de uno de sus trabajos. El motivo, un reportaje realizado en un periódico local del que valoraba especialmente la crítica que había hecho de una de sus imágenes.  La curiosidad y el misterio rodean el encuentro.
A continuación surge la historia que hay detrás de la imagen en cuestión,   narrada en tercera persona por un periodista que pone al servicio de Ellen Kooi su habilidad expresiva  a partir del relato del extraño suceso acontecido a la fotógrafa durante el invierno de 2006 en Hazerswoude.
El relato se encuentra  actualmente en el taller de revisiones de Irene Renau, a  quien la “periodista ha confiado a su vez la corrección.  Pronto será publicado mejorando lo presente.

PD.: Lo olvidaba: me puse en contacto con Ellen, le envié la historia y mis datos y le pedí autorización para utilizar su nombre en ella. Yo no sé inglés así que me ayudé de traductores on line y como pude me hice entender. Ellen me respondió personalmente pidiéndome un “english version” del relato. Desde aquí vuelvo dar las gracias a mi amigo Pedro Moreno que me la tradujo al inglés. Ellen, muy amable, me hacía saber días después que le parecía una “very nice story” y que podía publicarla sin problemas.
Toda una aventura, Irene, compañer@s.


miércoles, 20 de abril de 2011

PELOTAS DE SUEÑOS por Guillermo Escribano & Graciela Barbas & Isabel Mª González & ... (reto en proceso)




I. EL SUEÑO DEL PISO DIECISIETE 

          El sueño se abrió y de su interior salieron muchas pelotas de colores. Las pelotas hechas con material de sueños  son inviolables, inmaculadas, insumisas y su diseño corpuscular es tal que no sufren la resistencia de la atmósfera, ni pérdidas por rozamiento con el aire en sus desplazamientos, giros o choques elásticos. Eso es así porque estas pelotas son de material sublime.
         Por lo dicho anteriormente, cuando las pelotas multicolores de aquel sueño, salieron en racimo, —tal y como habrán supuesto todos ustedes—, circularon con movimiento libre, continuo, perfecto. Pero deben observar un detalle que voluntariamente he ocultado hasta ahora: eso sucedió en una torre de apartamentos en el piso diecisiete. ¿Una extraña cábala?— se preguntarán. No, aunque el diecisiete sea el arcano de la esperanza y la espera, pero no desesperen: la importancia del fenómeno viene dada porque algunas de las pelotas que escaparon por la abertura del sueño saltaron por la ventana y cayeron desde más de cincuenta metros y ello, —como a buen seguro habrán adivinado de nuevo—, significa que rebotarían hasta otros cincuenta metros, y luego otros y así indefinidamente.  Gracioso y reconfortante, divertido incluso, pero creó algún inconveniente con la circulación de los vehículos y las personas, —tal y como habrán sabido prever.
         Pero no, eso no era todo. Después del primer desconcierto circulatorio ocurrió lo que tenía que ocurrir con material tan sublime. Se cumplió algo que ya sucede con las enzimas: las pelotas violaron la mecánica clásica y, —claro, sí de nuevo, avezados lectores—, por el denominado efecto túnel las pelotas empezaron a exhibir comportamientos ondulares y la remota, aunque nunca nula, probabilidad de atravesar obstáculos, se convirtió en algo certero, casi seguro. Como consecuencia de todo aquello, las pelotas empezaron a atravesar muros de hormigón y cristaleras de los edificios de oficinas. También los techos de los autobuses. Se colaron en los vagones del metro sin pasar por taquilla y todo lo demás que sería prolijo relatar aquí. Pero —como ya habrán supuesto de nuevo—, lo mejor estaba por venir: penetraron en el cráneo de los viandantes que encontraban en su camino.
         La materia de los sueños ya se había instalado lo más cómodamente posible y con talante amistoso trató de congeniar con otras materias de los sueños que ya albergaban los cerebros de los paseantes receptores. Así cada uno de ellos, que equivocadamente creía que soñaba cosas suyas, de su propio subconsciente, comenzó a soñar asuntos híbridos. Eso torturaba a las mentes más predispuestas a recordar los sueños. Todo resultaba inexplicable, aplicasen la metodología psicoanalítica, la charlatanería newage o las prospecciones electromagnéticas de los neurocientíficos.
         ¿Es todo esto lo que pasó cuando se abrió el sueño? Hay otra circunstancia que conviene revelar de una vez: el edificio de apartamentos desde cuyo piso diecisiete saltó el racimo de pelotas de colores estaba junto al aeropuerto. Sí, ya lo sé, —lo han adivinado de nuevo—: las pelotas incrustadas en el cráneo de la tripulación y los pasajeros viajaron por el mundo. Las que se instalaron en el fuselaje y las bodegas de los aviones arribaron a los cuatro puntos cardinales y salieron rebotando en su destino. Aquel sueño alcanzó dimensión mundial. (Guillermo)

      La humanidad impávida veía como sus sueños se hacían pedazos y se debatía intentando comprender el orgen del fenómeno:  unos decían que era un aviso de Dios, otros una maldición de los antiguos habitantes de la tierra y algunos hasta se atrevían a  hablar de extraterrestres con extraños métodos de invasión  jugando con nuestros cerebros indefensos.
Las ciudades estaban descontroladas pues sus habitantes andaban todos ocupados tratando de evitar que sus sueños escapasen. Los únicos que no sufrían esos efectos eran los animales que, extrañados,  olfateaban y seguían atentos  las raras actitudes de los humanos tratando de entender o de adaptarse a la nueva situación. ( Graciela)

II. PATRICIA 

       No es de extrañar, pues, que Patricia despertase aquella mañana con la sensación extraña de que había dormido mal y bien al mismo tiempo,  de que sus  sueños  habían sido buenos y malos,  de que había reído y llorado al unísono  durante toda la noche, de que había sentido dolor y placer a la vez y de que se esforzó por despertar en más de una ocasión  en el mismo instante en que se alegraba de no haberlo conseguido y suplicaba, a no se sabe  quién,   que no la despertase nunca.
       La desazón la acompañaría durante todo el día y la contradicción haría  tal mella en ella que se sorprendería  a sí misma reaccionando paradójicamente a situaciones en las  que hasta ahora jamás se había permitido la respuesta múltiple, sino simplemente la adecuada. Su sentido común zozobraba  y estaba segura de que los  sueños de esa noche tenían algo que ver, si por lo menos pudiese recordarlo.
      Se dirigió a la cocina con los ojos entornados,  arrastrando los pies como de costumbre y un fuerte dolor de cabeza, no si antes agacharse a ofrecerle a su Toby  la primera caricia del día. El quejido del  perro que huía desconcertado con el rabo entre las piernas la despertó súbitamente muy a su  pesar. ¿Qué pasaba? Segundos después acudía a su mano enrojecida un escozor extraño mientras,  con  lentitud,  su cerebro medio dormido iba reconstruyendo el recuerdo inmediato de un guantazo en el morro del sorprendido animal. Cuando consiguió calmarlo se tomó su par de cafés  habituales, cigarrillo, informativo, cigarrillo, ducha, cigarrillo, acicale, llaves, me voy a trabajar, pórtate bien Toby,  parada de bus, cigarrillo.
       Una hora más tarde, el espejo del ascensor del edificio de oficinas en el que trabajaba, le devolvió la imagen de una mujer vestida con un  chándal verde, con el pelo suelto, sin pendientes, con las gafas puestas. No podía creerlo. ¿Cómo aparecería con esas pintas a la reunión de hoy? No recordaba haberse vestido de ese modo. No había tiempo, debía pensar algún tipo de excusa para volver a casa, para no acudir, para entender. ( Isabel)

(c o n t i n u a r á )

EL CONSTRUCTOR DE VENTANAS por Laura Literatura

      Una ventana puede estar instalada en cualquier lugar. Puede ser pequeña o grande. Puede estar cubierta de espejos multicolores, puede no tener ni siquiera un cristal, ser simplemente un agujero entre dos rocas.
      Una ventana te enseña el exterior, puedes ver lo que tienes a tu alrededor.
      Una ventana también puede apartarte del mundo e incitarte a observar lo que quieras y cuando quieras.
       Una ventana, es la puerta abierta a tu pensamiento. Su panorámica puede ofrecerte mil ideas para asimilar.
       Existen ventanas con rejas, ventanas alargadas, ventanas redondas o cuadradas. Ventanas que destacan en las casas, o minúsculas claraboyas de buhardillas.
       Me gusta construir ventanas, dejarlas abiertas o cerradas, según el gusto de cada uno. Cuando me llaman, acudo de inmediato.
        Soy el inventor de las ventanas absurdas, de las que no se encuentran en ninguna parte. También de las ventanas comunes y vulgares. En en mi catálogo tengo los modelos más originales y diversos. Y hasta los más aburridos. Mis servicios no tienen precio, de hecho nunca cobro a nadie. No me importa desplazarme a cualquier lugar, a las ciudades, a las aldeas, a los bosques, a los desiertos, a los mares de todo el mundo,
        Yo nací para construir ventanas, solamente para eso existo.
        Cuando quieras una ventana exclusiva para ti, no te olvides de llamarme desde tu imaginación

ARENA de Jorge Ariel Madrazo

      Verano. El sol rajaba la escollera. El hombrón se acuclilló en la arena, al borde del mar. Ese retazo de mar que le había tocado en suerte. En la mano derecha esgrimía la palita de plástico traída del auto. Sin decir nada a su mujer, y acaso ni a sí mismo.  Era su propósito −fervoroso, aupado por una ilusión inédita− desenterrar, como si se tratara de un tesoro, la almeja capaz de provocar tanto hervor en la superficie arenosa.
      ¿Cuántos años ya que no veía uno de esos moluscos con valvas ovales atravesadas por surcos concéntricos y finísimas estrías radiadas? ¿Cuánto que no comía, babeándose, su carne salada y con reflejos del nácar interior de las valvas como el forro de un abrigo de alta calidad?
      Recordó otros y remotos veraneos, con sus padres y,  sin advertirlo, la lágrima bajó desde un ojo hasta el filo de los labios. Sin advertirlo, sus pantalones, su camisa y su cuerpo empezaron a reducirse. La palita seguía revolviendo. Encontró la almeja.

viernes, 8 de abril de 2011

PRINCESA

          para que ella sea reina es necesario un solo acontecimiento: que se muera la reina.
             Su joven madrastra, la viuda de su padre, es esa mujer hermosa e indolente, un tanto estúpida. Esta clase de reinas vive largo tiempo. Si las dejan, hijo, si las dejan, razona ella algo apurada, la mano en el vientre que ya abulta. Será cuestión de conseguir algún marido inocentón que se haga cargo de este hijo. Pero después, lo primero es el trono.
              Ella sabe, como todos los paridos en cuna de oro, que el poder y las riquezas se conservan aprovechando los males de la época en beneficio propio y unos días después acusa a la reina de brujería ante su pueblo y abandona el castillo. Nada de traer a la Inquisición. Los obispos le restituyen el poder divino a Dios tomando el terrenal para ellos mismos, le parece estar oyendo la voz de su padre.
             Mientras tanto se refugia en la finca de una familia plebeya. Son siete hermanos. Varones. Propietarios de una mina de diamantes. Si el protocolo lo permitiera elegiría marido entre ellos. Son algo rudos, de baja estatura, pero el brillo increíble de esas piedras disimula cualquier defecto ante sus ojos.
           Allí, atendida según corresponde a su rango y condición, espera un par de semanas y viendo que nada sucede decide ahondar en su propia fábula. Convoca a los jefes del ejército, los más leales.
          —Mi madrastra, valiéndose de sus malas artes, ha intentado envenenarme. —confiesa entre lágrimas.
La noche de ese mismo día, alguien –nunca se sabrá quién- asesina a la reina. La gente simple pensará que se la llevó el diablo, tal vez siga siendo su difunto padre el que habla.

            Bajo una nevada memorable, pálida de frío, la princesa vuelve a palacio lista para ser ungida con la corona real. Los juglares han compuesto baladas en su honor, cantan y celebran su vida.
           El primer acto de gobierno consiste en dirigirse a la alcoba de la muerta y tomar de allí un espejo que siempre codició.