
De sus labios grana surgieron varias voces ásperas en coro, de cánticos malditos y extravíos armónicos, y pidió a la camarera:
—Florence, guapa, ponme una botella de Ruinart con tres copas. Una para ti, la otra para mí y la tercera para este muñeco que tengo a mi lado. — Me señaló con un ademán, inclinando a babor su imperial carraca. Luego se dirigió directamente a mí:
—Hola, nene. Faustine du Bragelonne, encantada de conocerte. —dijo alargando su mano.
Hice un gesto impensado, como movido por un resorte legendario y comediante: besé su mano. Tras una reverencia, levanté la mirada y acerté a decir:
—A su servicio, vizcondesa. Venga esa copa y brindemos los tres por la salud de su casa y la victoria de su causa.
Alzamos nuestras burbujas hasta la altura de los ojos. Me hice mosquetero durante aquel fin de semana.
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