viernes, 25 de febrero de 2011

EL CANTO DE LA CIGÜEÑA

         Ojalá no hubieras nacido. El eco de las palabras de su madre sorteaba los charcos y el lodo de la oscura tarde de agosto. Lena solía jugar sola, en espera de una pelota que algún niño dejara rodar por la plaza. Hoy el lugar estaba desierto y se aburría. Y cuando se aburría pensaba. ¿Qué había hecho mal? ¿Merecía aquellas palabras tan duras?
Lloró sin querer, sentada en el banco con la cara pétrea por el gélido viento invernal, pensado que esa  vida no le correspondía. Lloró convencida de que,  por alguna razón que se le escapaba, había pecado contra su madre. 
        Un canto extraño a sus espaldas, la distrajo del llanto. Era una cigüeña, una cigüeña posada en un árbol. Pero no cualquier cigüeña. Esta era negra, con los dos ojos rojos y profundos como la cresta de un volcán.
         Se acercó obnubilada ante la imperiosa presencia del ave. Estiró su mano para acariciar las plumas azabaches y se encontró con una garra afilada que la tomó del brazo y la arrastró por la tierra. Lena tomó una piedra y se la arrojó al cogote débil y quebradizo. La cigüeña soltó un crotoro gutural al impactarle la roca y a continuación usó el pico como una gran navaja y le desgarró la campera tres veces. Lena profirió un aullido de dolor.
         La cigüeña voló elegantemente hasta la copa de un árbol y le hundió su mirada hueca y sórdida. Lena quedó atónita, tan extrañada como al principio.
         Se observaron detenidamente, estudiándose. El ave volvió a arremeter contra la niña, pero esta vez más astuta, desplegó las alas dibujando una cruz sobre el cielo gris, y al descender la cubrió con el plumaje para cegarla. Se sostuvo del cinturón de Lena y la arrastró hasta golpearla con un árbol.
          El impacto le sacó el aliento y le cortó el llanto. La cigüeña se posó a su  lado y la miró como se agitaba exhausta. La niña la observó una última vez y creyó comprender todo.
         Susurró lo más fuerte que pudo: ¡Vamos! Y el ave la tomó nuevamente del cinto y aleteó hasta que Lena ya no tocaba tierra.
         Quizás a donde la llevara habría una pelota solo para ella. Y una muñeca.
         Quizás habría una madre que la quisiera, o quizás un padre. Sí, de seguro. 

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