lunes, 28 de febrero de 2011

ISLAS

            
     Eduardo vivía en un pueblo pequeño a orillas del Mediterráneo. Su carácter ermitaño era un tanto misterioso para toda la gente que le conocía. Les llamaba particularmente la atención sus constantes viajes hacia una pequeña isla cercana al pueblo. Para llegar hasta ella siempre contrataba el mismo barco pesquero, tú sabes que pago bien, así que callar con lo que veas y lo que escuches, le repetía a su dueño en cada embarque. 

           De regreso a sus casas, sin dirigirse la palabra, cada uno tomaba caminos diferentes, la de Eduardo, en el lugar más distante del pueblo. 

           El ceremonioso ritual también se repetía: se sentaba en su sillón preferido, sacaba un grabador minúsculo y escuchaba absorto durante horas los mensajes recogidos, el registro de aquellas voces demasiado agudas, en un dialecto desconocido que sin embargo le pulsaban una memoria más añeja que él mismo. Intuía que esos sonidos querían comunicar algo, pues nunca hubo daños en el micrófono que hacía bajar por la hendidura de la cueva hacia las profundidades, como si quienes vivían en las hondas penumbras respetaran esa intromisión de otro mundo. 

           Alguna vez en el bar del pueblo se le escuchó murmurar a su copa…”pronto será el día… pronto, muy pronto…....!! Y con esto se habían elucubrado las más asombrosas inferencias sobre sus misteriosos viajes.
          Se hablaba de luces multicolores que resplandecían desde la isla, de la desorientación de las brújulas en la zona, de barcos piratas hundidos en el siglo pasado, del miedo de los pescadores a acercarse por allí y Eduardo, más allá de todo, al escuchar estos rumores, solo atinaba a dibujar una mueca que emulaba una sonrisa.
           Por otra parte, las mujeres del pueblo en edad de merecer, tomadas de los brazos, se paseaban frente a su casa mirando de reojillo mientras se susurraban sus fantasías más recónditas sobre aquel apaciguado y solitario hombre.

          Isabel, para la cual alguna vez Eduardo tuvo ojos, en un arrebato de celos había dispersado en el pueblo la fantasía de que fue seducido por una sirena y nunca más volvió a fijarse en nadie. 

          Fue el 14 de agosto de 1986. Ese jueves de límpido cielo azul, una gran nube blanca de forma extraña se poso cerca del pueblo durante gran parte de la tarde, muchos dicen que sobre la isla, y luego de extraños sonidos y sicodélicas luces que resplandecían dentro de ella, se alejó como volando hacia el horizonte. Esa mañana, Eduardo fue dejado en la isla, nunca más se le volvió a ver.    

3 comentarios:

  1. me gusta como quedó, seguiré participando. Gracias y saludos

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  2. A MI TAMBIEN ME GUSTA COMO QUEDÓ GRACIAS ,SALUDOS Y PRONTO INICIARE OTRO RELATO.

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