sábado, 26 de febrero de 2011

LA CAMISA

        Después de varios días de lluvia ininterrumpida, a uno le apetece tender por fin la ropa. No por afición, que no es digno de ser considerado como tal este doméstico menester, si no más bien por no dejar que la ropa se amontone y llegue el momento en que al abrir el cajón de los calcetines no encontremos más que los desparejados y nos veamos obligados a ponernos uno de color negro y otro de color azul o usar los del día anterior, con el riesgo de que nos tomen por locos y dejados, en el primer caso, o de que simple y llanamente nos canten los pies, en el segundo. 
        En ese menester, estaba doña Juanita, la viuda del tercero segunda, pinza en la boca y sábana en mano, cuando descubrió, extendida sobre las cuerdas de su tendedero una camisa de hombre de finas rayas naranjas que yacía como muerta. Cosas que pasan en una comunidad de vecinos donde uno, cuando sale al balcón a tender la ropa, acaba sabiendo qué bragas usa la del segundo primera o sobre qué sabanas hacen el amor los del principal primera.Y como doña Juanita es la más veterana en la comunidad reconoce en esa camisa, al ver las iniciales CBM cosidas en la pechera, al propietario de la misma. Pero se queda extrañada, porque CBM no vive en el piso de arriba, si no que es el vecino del piso de abajo, el de la terraza a dónde van a parar todas las prendas rebeldes que tienen la fea costumbre de liberarse de las pinzas. Y entonces, doña Juanita se pregunta si esa camisa habrá ascendido desde la planta baja impulsada por una ráfaga de aire caliente o escalando piso a piso, a pulso de sus mangas y sin sujeción, la muy descerebrada. Hay por medio tres pisos y no hay camisa en el mundo capaz de tamaña heroicidad. No le queda más remedio a doña Juanita que mirar hacia arriba y comprobar que también los del ático, el matrimonio Arcona, han aprovechado el sol de ese día sin lluvia para secar la ropa y que entre unos calcetines y un mantel ha quedado un hueco de tamaño similar al de la camisa. La evidencia se hace evidente, valga la redundancia: la camisa ha caído del piso de arriba. ¿Y qué hacía la camisa de CBM en el piso de los Arcona, Antonio, él y Julia, ella? Mejor no preguntarse, ni hacer averiguaciones, que luego a una, por eso de ser viuda, tener una edad y parecer que no tiene nada más que hacer, le llaman portera, con perdón de quienes se ganan la vida con tan digno oficio. No queriendo pues meterse donde no la llaman y quemándole ya esa camisa entre las manos, opta doña Juanita por dejarla caer por su propio peso, mangas hacia arriba como queriendo agarrase a algo y verla estrellar sus costillas sobre las cuerdas del tendedero del segundo segunda. 
        Y como el día sigue siendo propicio, no tarda en abrirse el balcón del segundo segunda, asomarse Marta y descubrir en las cuerdas de su tendedero una fina camisa de rayas con las iniciales CBM. Mira Marta hacia arriba y se pregunta si la camisa del vecino de abajo, que enseguida ha reconocido, habrá caído desde el tendedero de la viuda. Mal le encaja esa prenda masculina entre faldas, blusas, medias y sábanas de viuda solitaria. Puede que la viuda se gane una sobrepensión haciendo la colada para los vecinos. O que sea de alguna visita, con las mismas iniciales, que se dejó la camisa. No, ambas posibilidades no se sustentan, están cogidas por pinzas. Llega a la misma conclusión a la que ha llegado la viuda, momentos antes: la camisa ha caído del ático de los Arcona. Y entonces a Marta le asalta el recuerdo de haber visto hacía pocos días a CBM saliendo del ascensor con mal disimulada prisa, cosa que le pareció extraña, viviendo CBM en la planta baja y teniendo buenas piernas para bajar un solo tramo de escaleras. Una idea, una sospecha cobra forma en su mente, pero no quiere hacer conjeturas y tampoco le gusta tener entre manos los trapos sucios de la vecindad. Mira Marta hacia la terraza de la planta baja, para asegurarse de que Susana, la mujer de CBM, no ronda por ahí regando las plantas. Viendo el terreno despejado, decide lanzar la evidencia a su destino, y que sea lo que Dios disponga, pobre Susana. 
        Queda suspendida la camisa por el extremo de una manga en el tendedero del primero segunda, agarrado el puño a una cuerda que le evite estrellarse en su fatal destino, sólo un piso más abajo. Se asusta Raquel que la ha visto caer y sale al balcón a rescatarla. !Una camisa de hombre caída del cielo! !Hay si los hombres  apareciesen de igual forma en su vida! se imagina Raquel para aliviar sus pesares de estudiante solitaria. Pasa la mano por la tela, acariciando un masculino torso y nota las iniciales grabadas. Su sueño se esfuma. Sabe que CBM, el apuesto vecino de abajo, no es hombre para ella, que casado y bien casado está. Además no le gustaría hacerle eso a Susana. Y pensando en Susana, Raquel se pregunta qué hace la camisa de CBM cayendo del tendedero de las vecinas de arriba. No se imagina a CBM de visita en el piso de arriba y dejándose la camisa en un inexplicable olvido, a no ser que hubiese por medio un triángulo amoroso con Marta y su compañera sentimental Elvira, recién casadas al amparo de una nueva ley. Eso es imaginar demasiado. A Raquel, a veces se le va la olla. Piensa entonces Raquel en la posibilidad de que a alguna de las cónyuges le guste vestir prendas masculinas y que lo de las iniciales grabadas no sea más que un capricho de la moda. Demasiada casualidad. Mira hacia el tendedero de doña Juanita, la viuda del tercero. Pero llega a la misma conclusión: la camisa no ha podido iniciar su recorrido vertical desde ahí. Deduce entonces que el punto de partida de esa camisa voladora no puede ser más que el ático de los Arcona, y eso..., en fin, mejor no pensarlo. Pero menudo problema se le plantea a Raquel: bajar al piso de Susana, llamar a la puerta, entregarle la camisa, buscar una excusa creíble que la desvincule, jurar y perjurar que ha caído del cielo, por no dar más detalles e implicar a vecinos inocentes. Un callejón sin salida, al final del cual está ella, contra un muro, acribillada por la sospecha y los celos. Mejor evitarlo. Mejor deja caer la camisa y que llegue donde tiene que llegar. Si Susana le pregunta algo, ella se hará la sueca y le señalará con el pulgar hacia arriba, por no señalar hacia abajo y poner cara de circunstancias ante la dolorosa evidencia. 
        Sale Susana a la terraza, regadera en mano, cuando en medio de su preciosa terraza, tendida en el suelo, con las mangas abiertas en cruz, descubre la camisa de su marido Carlos Borja Martínez. Lo primero que hace es mirar hacia arriba. Tres cabezas desaparecen rápidamente tras los ventanales de sus balcones. Con toda normalidad, porque se sabe observada, recoge la prenda como quien recoge un juguete de niño. Luego abandona la terraza y se acerca a la cesta de la ropa recién planchada, en su sala. Cuál es su sorpresa al ver la misma camisa de finas rayas naranjas en el ordenado montón. Sólo un detalle las diferencia: la que ella ha planchado no tiene las iniciales cosidas.  Se toma su tiempo Susana para planchar la camisa prófuga de su marido. Sus lágrimas empapan la camisa y, como si fuesen vapor caliente, le facilitan el planchado de las arrugas más rebeldes. La dobla con precisión y la deposita en los estantes del vestidor, como un militar deposita la bandera sobre el féretro  de un compañero caído. Gira sobre sus talones, recupera la camisa sin iniciales y abandona su piso.
       El timbre de la puerta interrumpe a Julia en el momento en que está haciendo la cama. Abre la puerta y se encuentra con Susana.  
  – Querida,  ¿esta camisa es de tu marido? – le pregunta Susana, con fingida normalidad. 
  – Huy, sí, se me ha debido caer esta misma mañana – trata de explicarse Julia, intentando ocultar su repentino sonrojo.
   –No, querida, no es ésta la camisa que se te ha caído – le dice Susana señalándole la ausencia de las iniciales. – Esta camisa no lleva las iniciales CBM. La que se te ha caído es la que lleva las iniciales de mi marido y no te voy a preguntar cómo llegó a tu casa porque me da igual. Esta, como ves, no lleva iniciales. Y esta es la que llevaba puesta tu marido ayer por la tarde y que se manchó con el vino que tomamos mientras me lo tiraba. Y como soy una tía limpia y ordenada, la he lavado y planchada y aquí te la traigo, para que te enteres. 

Ignasi Raventós

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