sábado, 19 de febrero de 2011

DELICIAS

        

        Ocupabas tus mañanas procurando que las leonas saltasen a través de aros encendidos. Y las tardes alimentándolas con chingolos. Vos mismo los cazabas armado con una honda hecha con madera de sauce, una honda vieja, de propietario incierto. Para ubicarlos te guiabas por sus trinos pero para dispararles esperabas que enmudecieran  porque entendías que quien opta por el silencio, ha renunciado a sus derechos.   Regresabas al circo con la espalda vencida bajo el peso de aquella bolsa repleta de pájaros muertos. Ellas comían sin agredirse, respetando un orden jerárquico que jamás entendiste. Comían en un silencio tenso apenas interrumpido por ciertos gruñidos suavísimos, mirándote fijo. Esperaban un descuido tuyo para arrancarte el corazón y  vos consentías el riesgo encantado. Así te lo confesaste una vez, con los ojos cerrados frente al espejo.

           “...cuando estoy solo, tranquilo,  digo amarillo. Diciendo amarillo evoco pelaje,  ojos, garras,  evoco el  olor a hembra que también es amarillo y  nunca demora en golpearme.  Digo amarillo y siento el aro en mi mano y el calor de las llamas y mi palma ampollada que sangra y las ansias de ellas, enloquecidas por el hedor de mi sangre; digo amarillo,  entorno los párpados,  y otra vez  mi sangre pero la de ahora, alborotada porque me ha oído decir amarillo,  corriendo por espacios antes vacíos, volviéndome  codicioso de aire, todo aire es poco para respirarlo. Me basta con decir amarillo.”

          Hubieses dado cualquier cosa con tal de que aquel deseo, y aquel terror, duraran para siempre. Por eso los primeros días lo negaste, creías escuchar mal, pero luego se hizo evidente. Rugían con gorgoritos. Preferiste no esperar, no saber cuál sería la próxima modificación, qué detalle pequeño o terrible marcaría el final tus delicias.

          Del estante que tenías sobrecargado con piedras buenas para la honda, tomaste una al azar y con esa piedra oculta en tu puño izquierdo (sintiendo el peso del arma pensabas mejor)  escribiste:

Estimado Señor Director y Propietario del Único Circo... 

         Tu mano, que tan bien encendía y desplumaba, que era tan firme a la hora de posarse sobre el lomo de las leonas, encima del papel temblaba. Parecía otro papel, ajado y viejo, un papel que representaba una extraña amenaza  porque lo presentías animado, pronto a no cumplir su objetivo, a mostrarse ridículo y traicionarte. 

        El director leyó salteado, fingiendo que le tomaba mucho tiempo quitarse la lágrima que siempre se dibujaba sobre la mejilla derecha para las funciones, pero, que aún así, sentía tan vivo interés en ese papel que te mantenía de pie a su lado esperando atento una respuesta que olvidaba lavar la gran sonrisa roja. Pero dijo sí, como te parezca, otro se hará cargo de lo tuyo, tenés mi permiso.

        Y aquí estás ahora.  Los trucos con palomas te salen mal porque eras pajarero por vocación, las aves pequeñas no te gustan. En cambio con las cartas, sos un maestro. Trabajás sólo las de póquer, con las españolas no podrías practicar la rutina, te inspiran desprecio: “figuras miserables, a ésas lo único que se les puede creer es la pobreza del basto”.

         Todos los domingos antes de comenzar la función besás la Q, roja como la sangre, de la reina de corazones. Las dos rayas impiadosas de sus ojos, el amarillo brillante de su corona y la suntuosidad de la capa que cubre su desnudez, te vuelven loco.  Dormís con esa figura sobre la almohada. En tus sueños el corazón de la carta palpita y vos osás quitarle la corona. Durante la vigilia, aún  creés sentir su fría tersura entre las manos.

         Para ahondar tus entusiasmos de pronto comprendiste por qué el Director accedió tan fácilmente a tu extraño pedido: su salud declina.  Y junto a la fuerza física el soberano de tu mundo pierde autoridad,  de seguir así las cosas, deberá elegir sucesor.

         Su situación te hace pensar en un león viejo,  a punto de perder harem y territorio. Decidís acompañarlo en el proceso empleando la mejor técnica de seducción. Con cuidado, todavía es mortalmente peligroso.

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