lunes, 7 de marzo de 2011

LA HUERTA. Versión III

        En un extremo de la huerta, junto al muro de hormigón, crecían los tomates. El rojo brillante de su piel contrastaba con la superficie rugosa y opaca del cemento. Me dispuse a arrancar unos cuantos para la ensalada, con cuidado de no estropear las tomateras. El primero estaba tan maduro que se me deshizo entre los dedos. Olía a podrido y lo tiré, asqueada.
        No tenía ni idea del tiempo que había pasado junto a la pared hasta que me llamó la abuela. Noté un enorme sofoco y dolor de brazos. Tenía las manos rojas y arañadas, y el interior de las uñas lleno de semillas. El muro estaba teñido de rojo con grumos como sangre coagulada. Esparcidos por la hierba, yacían trozos de piel de tomate que habían sobrevivido al destrozo.
       Me volví y atravesé las plantas, ahora huérfanas de fruto. La abuela le palpó la cara. Sufriste un golpe de calor, nena, afirmó. No tuve fuerzas para contradecirla y dejé que pasara su brazo por mis hombros como la garra de un águila sobre su presa.
       La abuela matriarcaba la casa desde que tengo uso de razón y  por eso mamá se desprendió de ella a los dieciocho años y un minuto, decía la pobre con una sonrisa,  cuando me prevenía en sus últimos días,  pero te quiere Nuria, recuérdalo, a su manera nos quiere.  A mis tristezas de aquellos terribles días de enero,  se sumó  entonces la idea de que tendría que vivir con ella cuando me quedase sola.
        Nunca me había hablado así de la abuela, sin embargo crecí con la sensación,  inexplicable entonces,  de querer salir corriendo cada vez que ella se me acercaba, ¡dale un beso a la abuela, Nuria!, y yo me refugiaba en sus faldas  con la cabeza gacha pero aguantándole la mirada.
        Esta niña  me dará un disgusto un día, ¿se puede saber que  te ha pasado por la cabeza?, estás loca Nuria, estás tan loca como tu madre... refunfuñaba mientras me frotaba las manos y las uñas en la pica de la cocina en un monólogo interminable que se evaporaba en el aire llevándose con él todos  mis  sentidos. Mami. Me desvanecí.
Desperté  unos años después, tenía dieciocho años y el vago recuerdo de  una  frase incompleta: ... y un minuto.

1 comentario:

  1. De Dulce:

    Menudas dos jovenzuelas han escrito esto;-)...

    Isabel, me encanta lo que has agregado y el final es magnífico... Sí que sabes quitarle partido a un texto. Gracias!!

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